Lo demas es silencio..

En los cementerios de Boulogne, San Martín, Olivos, Chacarita, modestas cruces recuerdan a los caídos: Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez, Carlos Lizaso, Mario Brión...
En Montevideo, poco tiempo después de conocer la noticia, había muerto don Pedro Lizaso, el padre de Carlitos. En sus últimos días le oyeron repetir incesantemente:
–Yo tengo la culpa... Yo tengo la culpa.. .
A fines de 1956, Vicente Damián Rodríguez hubiera sido padre de su cuarto hijo. Su mujer, desesperada y roída por la miseria, se resignó a perderlo.

Dieciséis huérfanos dejó la masacre: seis de Carranza, seis de Garibotti, tres de Rodríguez,
uno de Brión.
Esas criaturas en su mayor
parte prometidas a la pobreza y el resentimiento, sabrán algún día –saben ya– que la Argentina libertadora y democrática de junio de 1956 no tuvo nada que envidiar al
infierno nazi.

Ése es el saldo.
Pero lo que a mi juicio simboliza mejor que nada la irresponsabilidad, la ceguera, el oprobio de la "Operación Masacre" es un pedacito de papel. Un rectángulo de papel oficial de 25 centímetros de alto por 15 de ancho. Tiene fecha varios meses posterior al 9 de junio de 1956 y está expedido, después del trámite previo en todas las policías provinciales, incluso la bonaerense, a nombre de Miguel Ángel Giunta, el fusilado sobreviviente. Sobre el fondo de un escudo celeste y blanco, constan su nombre y el número de su cédula de identidad. Arriba dice: República Argentina - Ministerio del Interior - Policía Federal. Y luego, en letras más grandes, cuatro palabras: "Certificado de Buena Conducta".


Operación Masacre, Rodolfo Walsh

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